viernes, 31 de octubre de 2014

Esta ternura, de mi Julio

Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?

(Julio Cortázar)
El increíble,

miércoles, 29 de octubre de 2014

Cosas no tan tristes

Y está bien, a veces, hablar de cosas no tan tristes. 
De recordar y tal vez no ahogarse, de dejar reposar a los interiores, y sentir como nunca todo lo que toque tu piel.
Ayer comía palomitas y crujían en mi boca mil destellos de sal que un día habían sido rocas. Grandes y fuertes se desmenuzaron para acompañarme a mi en el placer de ver una película sobre una niña mágica. Y tu estabas al lado. Y las rocas estaban satisfechas por haberse sacrificado entonces. 
Yo me desmenuzco y me hago diminuta tantas veces que creo que la única vez que conseguí ser roca fue el día del beso en el banco de l'Auditori. 
Pero cada mota pequeña de sal se iba quedando reposada en mis labios, como si cada vez que te tocara me quedaran en las manos un puñado de pecas. Y decías que estaba salada. 
Me gusta la sal y más ser salada. 
Me gusta que a veces, al hablar de cosas no tan tristes, seamos capaces de sentir aún más. Porque lo bueno, aunque no ensanche tanto el arte, el alma lo agranda hasta dimensiones estratosféricas.
Tu a mi me haces tanto bien, que hasta me parece bien hablar de cosas no tan tristes.

domingo, 19 de octubre de 2014

hasta los inquebrantables
a veces
se rompen

y yo solía
perder el tiempo
en todo aquello inútil
y bonito

¿no sabéis por cierto,
que la tristeza
ensancha el arte?

pero me rompías cada vez
que de mi arte
hacías vacíos

y esos ni se rompían
ni se palpaban
eran daños
inquebrantables

Este es mi Belice

Quiero que sepas, si lees esto, que te tengo dentro de mí. 
Hace unos días hablaba de ti sin tan siquiera entender que todos te llevamos dentro, que vives adormecida en todos los inconscientes y que de golpe te paras y decides darle vueltas a lo que aparentemente no tenia importancia.
Y apareces,
tienes pinta de oasis y ese nombre bonito sólo hace que engañar.
Eres tan oscura que cualquier lugar es más apetecible que tú. Que tus olas, que tus infinitas orillas
(de esas que esperas que vengan y luego no acaban nunca por terminar).
Y es entonces cuando apareces, que tu nombre bonito se convierte en un estado de ánimo, en una segunda piel, en un mapa de bifurcaciones y de telarañas, por donde todos se pierden, por donde nadie se encuentra, por donde quizás llegar es el peor remedio.
Y de ahí no se sale. 
De ese país en que los mares se lloran ellos mismos, y las cosas no se arraigan bajo nada, en donde las lunas y los soles son efectos secundarios de los somníferos y donde lo más recto que puedes encontrarte es una esquina. 
(entonces el avance pronto se convierte en bucles de giros y esquinas. M)

Y entonces es cuando giro y os veo. Y yo te paso por la cabeza pero decides apartarme cual mosca. Y le das lo que me habías estado dando a mí, y la conviertes en algo cuando todos sabemos que ella no es nada. Y a mi las enredaderas empiezan a treparme por todas partes y ahogan todo lo que pillan.
Venas, pulmones, corazones... Porque sí, yo tengo más de uno. El que un día me vino dado y el que poco a poco me fuí construyendo desde que apareciste. Para los golpes bajos, los muertos y los inesperados. Para circulaciones más lentas y para tenerlo de repuesto, por si tengo que ir cosiéndome mientras tanto. 

Entré en Belice cuando volví a recordar el 1 de Enero. 
Y lo gilipollas que fuí por entonces dejarlo pasar.
Ahora sólo quedan ellos libres y yo náufraga,
de Belice,
y de mis propios mares que me lloro cada noche.