domingo, 19 de octubre de 2014

Este es mi Belice

Quiero que sepas, si lees esto, que te tengo dentro de mí. 
Hace unos días hablaba de ti sin tan siquiera entender que todos te llevamos dentro, que vives adormecida en todos los inconscientes y que de golpe te paras y decides darle vueltas a lo que aparentemente no tenia importancia.
Y apareces,
tienes pinta de oasis y ese nombre bonito sólo hace que engañar.
Eres tan oscura que cualquier lugar es más apetecible que tú. Que tus olas, que tus infinitas orillas
(de esas que esperas que vengan y luego no acaban nunca por terminar).
Y es entonces cuando apareces, que tu nombre bonito se convierte en un estado de ánimo, en una segunda piel, en un mapa de bifurcaciones y de telarañas, por donde todos se pierden, por donde nadie se encuentra, por donde quizás llegar es el peor remedio.
Y de ahí no se sale. 
De ese país en que los mares se lloran ellos mismos, y las cosas no se arraigan bajo nada, en donde las lunas y los soles son efectos secundarios de los somníferos y donde lo más recto que puedes encontrarte es una esquina. 
(entonces el avance pronto se convierte en bucles de giros y esquinas. M)

Y entonces es cuando giro y os veo. Y yo te paso por la cabeza pero decides apartarme cual mosca. Y le das lo que me habías estado dando a mí, y la conviertes en algo cuando todos sabemos que ella no es nada. Y a mi las enredaderas empiezan a treparme por todas partes y ahogan todo lo que pillan.
Venas, pulmones, corazones... Porque sí, yo tengo más de uno. El que un día me vino dado y el que poco a poco me fuí construyendo desde que apareciste. Para los golpes bajos, los muertos y los inesperados. Para circulaciones más lentas y para tenerlo de repuesto, por si tengo que ir cosiéndome mientras tanto. 

Entré en Belice cuando volví a recordar el 1 de Enero. 
Y lo gilipollas que fuí por entonces dejarlo pasar.
Ahora sólo quedan ellos libres y yo náufraga,
de Belice,
y de mis propios mares que me lloro cada noche.

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