miércoles, 29 de octubre de 2014

Cosas no tan tristes

Y está bien, a veces, hablar de cosas no tan tristes. 
De recordar y tal vez no ahogarse, de dejar reposar a los interiores, y sentir como nunca todo lo que toque tu piel.
Ayer comía palomitas y crujían en mi boca mil destellos de sal que un día habían sido rocas. Grandes y fuertes se desmenuzaron para acompañarme a mi en el placer de ver una película sobre una niña mágica. Y tu estabas al lado. Y las rocas estaban satisfechas por haberse sacrificado entonces. 
Yo me desmenuzco y me hago diminuta tantas veces que creo que la única vez que conseguí ser roca fue el día del beso en el banco de l'Auditori. 
Pero cada mota pequeña de sal se iba quedando reposada en mis labios, como si cada vez que te tocara me quedaran en las manos un puñado de pecas. Y decías que estaba salada. 
Me gusta la sal y más ser salada. 
Me gusta que a veces, al hablar de cosas no tan tristes, seamos capaces de sentir aún más. Porque lo bueno, aunque no ensanche tanto el arte, el alma lo agranda hasta dimensiones estratosféricas.
Tu a mi me haces tanto bien, que hasta me parece bien hablar de cosas no tan tristes.

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