domingo, 28 de septiembre de 2014

Noches

Me tomé la infusión de cada noche. Quemaba, ardía, de tal modo que parecía que el líquido se iba agarrando a cada milímetro de garganta para no caer por el precipicio. Pero caía y el golpe retumbaba y las llamas alcanzaban hasta los ojos. Luego venía el impasse hacia el estado de sueño, el inalcanzable reposo y la esperada mente en blanco.
Hacía ya noches que no podía dormir, entre las pesadillas y los vacíos, yo no hacía más que caerme en medio de todo, y temblar a cada minuto que la hora del día iba estando más cerca.
De dormir las horas como minutos, y de descansar encima de clavos, de migrañas tempestivas y de relámpagos fuera y dentro, truenos, y redobles por todas partes. De calmar las cosas con evadirme y con ello sufrir más.
De querer ser invisible, indolible.
De tratar de pasar las noches como si estuvieras ahí.
Pero que los truenos me sigan despertando, y vea vacíos por todas partes.

Mi verano ha tenido demasiadas tormentas.
Veremos si el invierno viene con algo más de sol.

(O acabaré con los labios tan cortados que hasta la sal de las lágrimas me dolerá. Como si no dolieran ya por ellas mismas.)

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