viernes, 14 de noviembre de 2014

Onix, 305

Eran las 14:30. La clase acababa y todos se marchaban para sus casas, o para comer, o para ir a tomar algo juntos. Pero nosotros nos escondíamos, íbamos cada uno por una calle y cuando todos giraban la esquina, entonces tu y yo nos encontrábamos. Eso sí que era algo bueno. Era hacerse nuestro un banco del Nacional, era recordar siempre el beso del Auditori, era llegar a odiar calles de lo largas que se nos hacían y de lo que nos pesaban las ganas de tenernos. Era llegar y seguir escondiéndonos, y descansar en el ascensor porque nos sentíamos como en casa. Y entonces entrabas en la 305. Y allí estaban, azules, las paredes que tanto atrapaban. 
Era nuestra rutina, la de dejar los abrigos en la mesa pequeña, tumbarnos en la cama mientras metías los tuppers dos minutos en el microondas y comer viendo Arucitys. Luego venia la parte de volverse a tumbar y bajar las persianas porque creías que los del bloque de delante nos verían... Y luego nos dormíamos y acababa luego siempre vistiéndome rápido y llegando tarde a todas partes. 
Era nuestra cueva, allí nos curábamos, allí crecimos, y parece a veces que allí nos hemos quedado. 
Estamos tan atados que cada vez que intentamos cortar un hilo los demás empiezan a tener más peso. Y no están hechos para aguantar tanto. 
Volvamos a cosernos una rutina.
Ahora el piso tiene las paredes amarillas...
...a mi siempre me había gustado el amarillo.

Oda a la Onix,
305

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