domingo, 5 de abril de 2015

Abrirnos las carnes

Tenía las uñas rojas -brillantes- no sé si por la lujuria, o porque se desgarraba poco a poco y bien adentro cada rincón de sus entrañas. Dolidas y dolientes, sus heridas vertían corrientes y odiseas de sangre, de cúmulos, de no encontrar nunca su casa y de verter en los glóbulos las pocas esperanzas para defenderse en próximas fallidas. 
Una ciudad sumergida en arcadas, en canales rojos y sedientos de hierro, pero sedientos de ése modo tan punzante y pastoso en que bocas y lenguas se convierten en retales de corcho quedando a flote en medio de un mar en el que sólo sobresalen puntas de icebergs, icebergs de despojos y restos de todo lo que teníamos de más.
Entre orilla y horizonte, nada más que un sinfín de olas dilatadas, de ascensores horizontales en los que marea y corriente se disputaban el alcance de la línea de llegada. De llegada a tus pulmones, encharcados ya de tanto y tanto rascarse. 
No le quedaba más que remar. 
Hacia delante y hacia detrás. 
Sístole y diástole.
Sístoles que contraen arterias pendientes de un hilo, arraigadas a todo lo que pillan, que envían lo poco que les queda al sargento central. Mientras las otras, ilusas diástoles, perecen y rebotan, quedan y son, poco más que una expandida y elástica manera de volver a la vida.

Como si las uñas rojas no demostraran por si solas que por mucho que bombeemos los motores, nos abrimos las carnes cada vez que decidimos meter la mano dentro de nuestras y otras vísceras.

2 comentarios:

  1. Esa manera de luchar por la vida, aun dejándosela atrás. Es espeluznante esa fuerza, sientes hasta valentía al leerlo. Muy bueno.

    Un beso.

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    1. ¡¡Me alegra que te guste!! La verdad es que nos empeñamos tanto a veces en conseguir lo que queremos que una vez lo logramos ya ni recordamos cómo hemos llegado hasta ahí. A veces la vida va de eso.

      Gracias por pasarte.

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