De cuando las paredes se tiñeron de negro y ahogaban tanto que los mosquitos se quedaban atrapados entre los barrotes, con tanta mala suerte, que cuando las paredes se abrían y se convertían en párpados, era demasiado tarde para salvarles de su prolongada asfixia.
Los barrotes eran pestañas y los mosquitos parecían pupilas cambiando de tamaño por el incesante aleteo que pedía a gritos algo de sombra para tanta luz incandescente.
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