martes, 6 de septiembre de 2016

Qué hizo por ella cuando la encontró

Dormitaba entre la espalda sigilosamente arqueada y la pared anunciadamente erecta. -Si sigues acariciando tu dedo con mi espalda vas a hacer que me duerma. -Querrás decir mi dedo por tu espalda. -No. Los ojos, que antes habían conformado su hábitat, ahora eran pantallas reflectoras de todo lo negro que albergaba el cosmos somnífero. El yo más interior de ella. Los espasmos de volver a Reykjavik. -Sigues teniendo las pupilas dilatadas. -Son para verte mejor. Seguramente en cada parpadeo se moría un poco más hasta bajar todos los peldaños. -No suena divertido morir. -No estoy durmiendo, sigo despierta. -Me gustas. Le da la espalda. Dormir con conocidos es tan extraño como dormir con extraños, a no ser que todo tu cuerpo se adape de manera ergonómica a cualquier superficie suya. Mano deslizándose para residir en nuca. Pierna ladeada para descansar en muslo. Cabeza silente para fundir en pecho. -Menos mal que hizo algo por ella cuando la encontró. -Puedes dormir que esta vez no me iré.

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