jueves, 21 de julio de 2016

Todos los hombres teneis el mismo nombre

Voy a lavarme el pelo para quitarme a ese hombre de la cabeza.
Creo que ya tuvimos esta conversación, me dijo.

Pero la verdad es que había hablado tanto de él que hacía tiempo que no tenía la boca tan llena de nada y era posible cualquier recuerdo fabricado post-mortem.
Que hace un lugar como este en una chica como tú, me decía él cada vez que le enseñaba el rincón donde crecía la hiedra, segundos después de que yo le especificara que la hiedra es como todos nosotros; aprovecha cada rincón para esparcirse.

Me compré el mejor champú del supermercado, el más caro. Froté hasta que empezaron a dolerme los dedos y después no recuerdo nada más. Decía que ya habíamos tenido esa conversación antes, que la ubicaba en el cajón de los recuerdos verdes un tanto azulados, y que siempre acababa del mismo modo: con un tijeretazo y cuatro dedos menos de pelo. 
Luego siempre recibía piropos sobre mi pelo corto y me recomendaban que no volviera a dejármelo largo, que no volviera a aposentar ni una mínima esperanza en él, que no volviera a su casa a beberme ni una Coca-Cola más y que sobretodo, por encima de cualquier consejo, no volviera a ser la hiedra que crecía entre la cama y el hueco del escritorio, allí donde iban a parar todos los cojines, mantas, y prendas de ropa interior.

Me lavaba el pelo tantas veces que lavarme el pelo me hacía recordar que tenía que quitarme a ese hombre de la cabeza.

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