domingo, 24 de agosto de 2014

Heridas, despertares y tabaco por todas partes.

De cuando rompíamos ventanas y hubiéramos saltado acantilados.
De cuando no conocíamos aún el sabor de cuando no estás.
De cuando teníamos el mismo olor, las mismas marcas de las sábanas.
De cuando bebíamos café.
tu siempre sin azúcar.
De cuando seguía la cuenta de cada pliegue de tu risa,
y me descontaba a propósito.
De cuando me hacías heridas,

Pero luego empezaste a ser cauteloso y a entrar siempre por las puertas. Incluso las cerrabas para que el viento no rompiera los cristales. Empezamos poco a poco a descubrir que separados teníamos sabores distintos, que mi piel reaccionaba diferente a las sábanas de tu ausencia. A cambiar el café por no desayunar nada y a odiar cada vez más el azúcar. A ya no verte nunca reír, e intentaba contarte los pliegues a través de las llamadas, cada vez más cortas, y las heridas... las heridas fue lo único que se mantuvo. Las heridas han ido incluso aumentado, son más anchas, más hondas, dibujan senderos. Las heridas saben igual que los despertares. Saben al hedor del vacío, a la amarga distancia y a eso tan amargo que tu tanto adorabas.

Heridas, despertares y tabaco por todas partes.

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